martes, 19 de diciembre de 2006

Deja de mirar para otro lado

Estaban alzados los brazos, en forma de cruz. Los huesos chirriaban, como si no pertenecieran al cuerpo. Los estiraban, le ardía el pecho, asfixiado no podía respirar.
Los brazos alzados… hasta que en un momento dejó de escuchar el crujir, los habían dislocado. El dolor era tan intenso que perdía el conocimiento por segundos, el martillo que golpeaba a lado de su oreja lo despertaba sin cesar.
-Si no hablas te rompo la cabeza-
A lo lejos, las voces de mujeres que lloraban y gemían doliéndose. Sentía el cuerpo húmedo por la sangre que lo teñía todo.
Ella se reía a carcajadas mientras cocía, sin ningún tipo de anestesia, las heridas de su cuerpo causadas por los perros, el resto de los soldados la animaban.

Lo recuerda y sus ojos se llenan de lágrimas. Y los míos también.

Al escuchar su relato supe que nunca había conocido el dolor, la humillación, pero si la vergüenza, la vergüenza por pertenecer a una especie como la nuestra.

Esto ocurrió en Abu Grahib. Sólo 7 soldados fueron juzgados formalmente por estos actos, una soldado recibió la mayor condena, de sólo 11 años, el resto reprimendas menores. Ningún alto mando ha sido juzgado. Un niño lloraba ayer mientras recordaba y sostenía la última fotografía de su padre, un hombre destrozado por los golpes.

Esta historia no debería seguir contándose. La hemos escuchado tantas veces ya. Y sin embargo, mañana podríamos ser nosotros mismos o nuestros hijos.

Probablemente para alguno no sea un buen momento para hablar de torturas, de vejaciones, de dolor, pero la verdad y la realidad es que están ahí. Y aunque no hablemos de ello sigue existiendo y creo que no se van a acabar hasta que dejemos de mirar para otro lado.

En muchas de nuestras familias podremos disfrutar de un buen plato de comida, escucharemos villancicos mientras hacemos las últimas compras navideñas y probablemente nos reiremos a boca llena después de brindar y trasmitirnos buenos deseos. Pero hay otras familias en los que no habrá cena, pues no han cenado nada desde hace años; en donde no habrá regalos, nunca los ha habido; y no se escucharán villancicos, probablemente se escuchen las ráfagas de los AK-74 o Kalashnikov.

Es doloroso pero es real.

Festejamos la natividad, para bien o para mal, la conmemoramos en muchos de los países del mundo. Espero que no olvidemos que en estos días también hay millones de seres humanos que no pueden festejar el nacimiento de nadie, ni siquiera el sobrevivir.

Precisamente nosotros, los “bendecidos”, los privilegiados, los que vivimos, no podemos permitirnos olvidar, no podemos dejar de juzgar, ni de pedir perdón por nuestra falta o exceso de humanidad.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Tomates navideños


Este, aunque la foto no es muy buena, es mi tomate navideño, es un símbolo que ha elegido el ayuntamiento de Bilbao para decorar la zona de Deusto, una zona que a principios del siglo pasado era un rincón lleno de huertas de tomates frescos. A mí me dio risa, a Nikola le pareció un guiño muy localista. Y ¿por qué no? Estamos en Bilbao!! Además, al final de cuentas los tomates son gordos y rojos, casi casi como el Santa Clós.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Por los cerros


Nunca me imaginaría que la distancia, el estar lejos, “la foraneidad”, me haría extrañar y añorar cosas tan divergentes.
Como las palomitas del cine rociadas en esa salcita ácida que sueltan los chiles jalapeños.
Decir malas palabras sin que nadie te haga sentir el mono del circo haciendo una pirueta. O hablar con mi propio acento sin que nadie me intente imitar emitiendo una especie de voz extraña que mezcla a Cantinflas con Speedy González.
Las caguamas.
Las noches estrelladas en donde de un lado de la ciudad se alcanza a ver el otro.
El olor del ponche recién hecho en mi casa por las noches.
Los mangos con chile. Las series subtituladas. Los saludos que empiezan con un beso, sólo uno, y terminan con un abrazo rápido.

A veces me pregunto qué extrañarán otros extranjeros en sus países de acogida o de pasada.

Los recuerdos son aislados, así los siento, como ver miles de “tráilers” de la película de mi vida, sólo veo imágenes incompletas en donde se rememoran situaciones inconexas. La memoria es así de arbitraria, por eso me pregunto qué tipo de historia es la real cuando ni mi propia vida la recuerdo con exactitud.

Me estoy “yendo por los cerros de Úbeda” es una frase que se usa acá con frecuencia cuando se te “va la onda”. No conozco Úbeda, tampoco sé si al andar por sus cerros te da esa sensación de levitación en el pensamiento.

Hoy quizás es un día de esos en los que añoro, recuerdo y me pierdo por los cerros.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Treinta y... nada

-¿qué es de tú vida?- me dijo con una sonrisa muy institucionalizada. Cuando te preguntan algo tienes unas fracciones de segundo para contestar antes de que se genere un silencio incómodo. Mi cerebro sin embargo no reaccionaba, no sé por qué pero lo único que sonaba entre mis neuronas era la melodía del filme “Tiburón”: chan chan… chan chan.. chan chan chan chan.

-Pues…uhmmm – ¡chin!, demasiado tarde, silencio incómodo ¡aquí viene!...

¿Qué le decía? Le decía que era una persona común, que sólo esperaba llegar a final de mes sin deber la luz, que la actividad más trepidante en mi día era salir a pasear al perro, que seguía sin dejar de fumar, que había descubierto tres canas nuevas, que mis vecinitos (de 18 años) ya me decían señora, que me abrumaban los espacios cerrados en dónde la única actividad es beber y mirar a otros 50 bebedores, que lavo la ropa y la separo según colores, que hago crucigramas, que veo películas los viernes por la noche, que me paro con añoranza a ver los escaparates de las mueblerías ... NOOOO!!...

A los 30 la gente espera algo de ti. Espera que hayas descubierto algo, que sepas cuál es el objetivo de tú vida, que tengas una profesión bien remunerada, que tengas una casa, coche o algo que te lo hayas pagado con tú sueldo, que formes una familia, que uses zapatos de tacón y trajes sastre, que seas un… qué?.. a los treinta Jesús ¡ya era el Mecías!

Antes esto no importa, si eres menor de 20 puedes permitirte decir: Nada. Por algo existen los niños genio o los premios a los jóvenes emprendedores, porque son la excepción, pero a los 30… ese ya es otro cantar.

Crují los dientes y le sonreí, igual de institucionalizada que ella.

-Todo bien… y ¿tú?