martes, 12 de agosto de 2008

Las nueve

Hoy es uno de esos días que crees que no fue muy buena idea levantarse de la cama. Una mujer habla al otro lado del auricular, notablemente molesta indica una serie de problemas que seguro no tienen que ver con el trabajo, pero en ese momento la que escucha tiene que armarse de paciencia y recibir la letanía. Dos jóvenes alegres entran saltando de un lado a otro por la oficina, la envidia recorre el cuerpo al observar su impulsiva despreocupación. Hay un montón de pendientes, ropa que planchar, tareas que revisar, documentos que hacer, trastos apilados, juntas, un artículo por publicar que muele la cabeza, en fin… todo para ayer.

Pero el cerebro se para. Se detiene en seco y no deja pensar en nada más que en deshacerse de esto de un grito. Un grito casi aullando que deja sordera interna.

Las nueve de la noche en el reloj marca que el cansancio está llegando a un límite. Sólo hay una pequeña esperanza en que la almohada que reciba esta loca cabeza pueda hacer olvidar que el día de hoy fue difícil, que las ojeras llegan hasta la mitad de los cachetes y que no hay otra cena que un café medio aguado.

Perder el tiempo… ¿qué carajo es eso?, ¿cómo se pierde cuándo no se tiene?… ¿así?. Si por única vez en el día se le dedica tiempo a algo que se disfruta. Esto es ganar tiempo mientras espera el tiempo a ser perdido, olvidado y organizado.

Bueno, ya que se sale uno con la suya, aunque sea unos minutos, no queda otra que seguir… y seguir.